sábado, 15 de novembro de 2008

POR QUÉ ACIERTAN LAS ENCUESTAS

¿POR QUÉ ACIERTAN LAS ENCUESTAS ELECTORALES? ESBOZO DE UNA RESPUESTA Y SUS PROBLEMAS
Prof. Dr. Sirio Lopez Velasco
(Universidade Federal do Rio Grande, Brasil, lopesirio@hotmail.com)


INTRODUCCIÓN

Según nos consta, Kant elaboró la “Crítica de la Razón Pura” tratando de responder a la pregunta “¿qué puedo saber?”; su abordaje consistió en determinar las condiciones de posibilidad de la verdad de los juicios sintéticos a priori, pues Kant asumía como evidente la verdad de los juicios analíticos (aquellos cuya negación es una contradicción según la lógica formal); la negación de los juicios sintéticos no es una contradicción y se refieren a datos del mundo. Notemos que Kant, impresionado por el poder explicativo y la capacidad de previsión de la física newtoniana, estaba convencido de que en ese terreno se había alcanzado “la” verdad, ni más ni menos que lo que sucedía en las matemáticas y la lógica formal. Hoy la pretensión de certeza que había marcado la epistemología desde Platón y se había reforzado en Descartes para prolongarse hasta Kant, ha sido sustituida por una más modesta concepción del conocimiento como empresa eternamente falseable (donde merece ser conservada como provisoria explicación del problema abordado, la hipótesis explicativa aún no falseada). Sabemos que Kant creyó encontrar la explicación para su problema estableciendo el alcance-límite del conocimiento científico a las sentencias que se apoyan en las formas espacio-temporales de la subjetividad humana (espacio y tiempos serían formas a-priori de la sensibilidad humana), sistematizadas por las categorías del entendimiento (en especial por la de causalidad), y orientadas por las ideas reguladoras de la razón (en especial, la de Mundo en cuanto objeto total); con ello, los limites de lo que puedo saber se restringieron al universo de los “fenómenos” espacio-temporales (diferentes de las “cosas en sí”, situadas más allá del espacio y el tiempo); ya hemos referido en otra parte (Lopez Velasco 2003a) nuestra divergencia con esta última separación, en especial en lo que al ser humano y la realización de su libertad concierne.
Mas ahora nos ocupa otro asunto. Impresionados no menos que Kant por los repetidos aciertos de las encuestas electorales que prevén el voto de millones a partir de una muestra de pocos miles (aunque sin olvidarnos de algunos fallos significativos), queremos preguntarnos por las condiciones de posibilidad de tal conocimiento anticipado del comportamiento electivo de millones de personas.

ESBOZO DE UNA RESPUESTA

Creo que el principio de una posible respuesta (falseable, y que, como se verá, tiene sus ‘peros’) puede encontrarse en la tesis de Habermas (1962) de que tras un período de germinación en los cafés y periódicos burgueses del siglo XVIII, con la instauración de la gran prensa, la llamada “opinión pública” dejó de ser pública y aún de ser opinión; no es opinión pública porque ella no se forma en un libre debate colectivo orientado hacia la búsqueda de la verdad, sino que es el resultado del consumo pasivo por parte de un “público” (en el sentido pasivo que éste tiene en cualquier espectáculo) de opiniones producidas por pocos actores; éstos son los dueños de los medios de prensa, que a través de sus editores y periodistas a sueldo, divulgan la opinión de los capitalistas, en la medida en que la prensa ha pasado ha ser también una (gran) empresa. En esas circunstancias, cuando después, las “encuestas sociológicas” consultan a la supuesta “opinión pública”, lo que de hecho recogen es aquella opinión previamente sembrada por la gran prensa y que ahora el “público” repite (como sucede con el educando en la educación bancaria criticada por Paulo Freire). Con mucho más conocimiento que yo en el ámbito de la filosofía de la comunicación, tal sesgo interpretativo es el que creo que sigue Ricardo Viscardi en un reciente artículo dedicado al tema (Viscardi 2008), agregando la tesis de que la propia encuesta determina sus respuestas. Así dice Viscardi “La cuestión que levanta el encuestador…es que según se formula la pregunta se obtiene la respuesta”; y más adelante reafirma ante la exigencia puesta por un encuestador (Bottinelli) que pide conocer la pregunta exacta de una determinada encuesta: “si Bottinelli afirma que la pregunta debe conocerse para evaluar el sentido que toma la encuesta, esto significa sin ambages que quien pregunta ya de antemano pensó las respuestas posibles”. Y completando su tesis dirá Viscardi: “Ahora, una comunidad constituida por el saber, pero donde no todos son tecno-intelectuales, supone que algunos ‘saben’ que no saben y que también ‘saben’ que otros saben. ¿Quiénes ‘saben’ para los que no saben? Obviamente los que pueden hablar como si supieran sin recoger el abucheo o el cambio de emisora o canal. Estos son: los periodistas con rating y los que son considerados expertos por los periodistas de rating, entre los que se encuentran, no vayamos a olvidarlo en un país como el nuestro [Uruguay] los políticos profesionales. Luego, basta hacer el mapa de lo que difunden los que hablan como si supieran, para saber lo que van a contestar los que no saben, en particular aquello que los que hablan como si supieran, no saben pero manipulan”.
En esa jugada de los dueños de medios de prensa, sus periodistas y los supuestos expertos tenemos de forma palmaria una ocurrencia de la “educación bancaria” denunciada por Paulo Freire (1970). Por un lado porque hay una dicotomización entre los que supuestamente saben y los que no, reservando el saber para los dueños del poder económico-político-mediátíco (como en la situación criticada por Freire tal saber es reservado en exclusividad al educador que deposita informaciones en el educando condenado a memorizarlas para repetirlas tal cual en el momento de la evaluación, y convencido de su plena ignorancia ante la sabiduría del maestro); aquí los que despojan al ciudadano de todo saber son los dueños del poder económico-político-mediátíco, y el ciudadano, asumiendo su supuesta ignorancia total, se deja llenar por el supuesto saber de aquéllos. [Contra tal pedagogía Freire defendió la educación problematizadora, donde nadie educa a nadie, sino que los hombres se co-educan en forma dialógica, mediados por el mundo y orientados hacia la construcción de una orden sin opresores ni oprimidos].
Trayendo la cuestión hacia el universo de la filosofía del lenguaje podríamos resolverla con mi caracterización de las preguntas retóricas. Al respecto decíamos (Lopez Velasco 2003a, Cap. II) que a partir de las reglas de “felicidad” de los actos lingüísticos establecidas por Austin (1962) y del a-priori del discurso descubierto por Apel (1988), podemos afirmar que la “felicidad” de una pregunta reposa en las siguientes tres condiciones: a) quien interroga cree que el interrogado responderá diciendo lo que cree que es la verdad (a nadie le preguntaríamos la hora en la calle si creyéramos que nuestro interlocutor nos engañaría), b) quien interroga asume con su acto una búsqueda colectiva y consensual de la verdad (al preguntar confesamos nuestra incerteza y nos abrimos al otro para que contribuya a superarla), y, c) quien interroga cree que el interrogado tiene competencia/conocimiento adecuado para responder a la pregunta (no le preguntamos a un niño de tres años la respuesta para una cuestión de física cuántica). Ahora bien, decíamos, como para cualquier acto lingüístico, puede haber ocurrencias infelices del “preguntar”, cuando por lo menos una de esas tres condiciones es violada. Aplicando esas condiciones a la deducción de la segunda norma de la ética, que reza “Debo buscar una respuesta consensual en cada instancia de la pregunta ¿‘que debo hacer?’ porque yo busco una respuesta consensual en cada instancia de la pregunta ¿‘que debo hacer?’ es condición de la pregunta ¿‘que debo hacer?’ es feliz”, mostrábamos que tal norma es violada cada vez que la verdadera búsqueda consensual no se da; y ejemplificábamos con el caso de la pregunta retórica, que es aquél en el que el locutor ya tiene preparada de antemano la respuesta para su supuesta pregunta y finge consultar sobre la misma a su interlocutor (así sucede cuando el moralista opuesto el alcohol que habla en plaza pública espera tras su discurso un rotundo “no” del público ante su pregunta “¿debemos consumir alcohol?”, y se ve descolocado por la respuesta “sí” del borrachito que apoyado en el árbol se perdió lo esencial de la perorarta). Asumiendo la interpretación de Viscardi podríamos decir que las preguntas formuladas por las encuestas son infelices, en la medida en que ellas ya saben lo que el interlocutor responderá (que, según Viscardi, es lo mismo que antes le fue inculcado).
PERO, ALGUNAS PREGUNTAS PENDIENTES

Dicho lo anterior, habría que analizar con más detalle por lo menos las dos cuestiones siguientes. Si es verdad que las encuestas recogen lo que la gran prensa sembró en la supuesta opinión pública” y/o que las preguntas de la encuesta vehiculan sus respectivas respuestas, a) ¿por qué a veces se equivocan? (y, por ejemplo, un candidato dado como ganador, pierde una elección), y, b) ¿ qué determina un “muestreo” correctamente hecho?
A la pregunta “a”, si se descarta toda manipulación-mentira deliberada, se podría responder que las encuestas electorales fallan cuando el “muestreo” no fue correctamente realizado (y a ese respecto se recuerda el clásico caso de la elección presidencial norteamericana a mediados del siglo XX cuando una encuesta fue realizada a partir de los ciudadanos que constaban en la guía telefónica, olvidándose el hecho de que en aquella época los teléfonos no eran bienes de diseminación masiva); nótese que la técnica para elaboración de la “muestra” (de un par de miles de personas para universos de millones de votantes) es el secreto mejor guardado por cada encuestadora. Se asume que para saber el gusto de una olla de sopa no se necesita tomarla toda, pues basta una cucharada, porque esa muestra es representativa de la mezcla homogénea que es la sopa. Mas lo que impresiona en el acierto de las encuestas electorales es la evidencia de que, más allá de sus múltiples diferencias, los seres humanos de un determinado estrato social muestran en su preferencia una semejanza/homogeneidad sorprendente (que es la condición de posibilidad del acierto de la encuesta basada en una pequeña muestra). Así la encuestadora que acierta sabe cuántos miembros de cada estrato deben ser pesquisados (obreros, empleados, empresarios, campesinos, desempleados, etc., debidamente distribuidos a su vez en sub-estratos, por sexo, edad, instrucción, local de residencia, etc.). Pero notemos que la muestra representativa debe adecuarse también a las diferencias existentes dentro del mismo estrato (traducidas en el hecho de que mientras un determinado porcentaje del mismo prefiere al candidato “a”, otro porcentaje prefiere al candidato “b”); eso indica que aún dentro del mismo estrato la “opinión pública” reacciona de manera diversa a las informaciones previamente sembradas por la gran prensa. Y entonces surgen por lo menos tres preguntas: a) ¿qué determina la homogeneidad de reacciones dentro de un mismo estrato?, ), b) ¿qué determina las diferencias de opción dentro del mismo estrato?, y, c) ¿qué determina reacciones similares en estratos diferentes? (que hacen que el mismo candidato sea votado al mismo tempo por un número “x” o “y” de obreros, empleados, empresarios, campesinos y desempleados, repartidos según las distribuciones “d” o “d’” por sexo, edad, instrucción, local de residencia, etc.). Nótese que las preguntas “b” y “c” apuntan a la indigencia de cualquier clasificación simplista de opiniones por “clases sociales” (a la usanza de los manuales del “marxismo-leninismo” soviético). Las encuestadoras parecen tener por lo menos parte de las respuestas a esas tres preguntas, porque ellas deben estar implícitas en los criterios para establecer el muestreo representativo. Habrá pues que sonsacarles ese secreto implícito en su accionar y tornarlo explícito mediante la correspondiente teoría explicativa. Por ahora nos permitimos destacar que el conocimiento de tal(es) causal(es) de la reacción de los diversos estratos de la “opinión pública” a los mensajes vehiculados por la gran prensa es de fundamental importancia para iluminar la acción crítica, educativa y propagandística de los que luchan por la superación del capitalismo, guiados por un horizonte utópico ecomunitarista (ver, entre otros, López Velasco 1996/1997/2000, 2003b, 2003 c, 2007, y 2008) en el que las decisiones serían fruto de consensos establecidos a partir del ejercicio de la libertad individual de opinión en intercambios comunicativos horizontales y simétricos (en los que, además, habría desaparecido el acto lingüístico de la “orden”, sustituida por casi-razonamientos causales; ver Lopez Velasco 1996, 2003a, 2003b, y 2008 ).


BIBLIOGRAFÍA

Apel, Karl-Otto (1988), “Transformation der Philosohie”, Suhrkamp, Frankfurt.
Austin, John L. (1962), “How to do things with words”, Clarendon Press, London.
Freire, Paulo (1970), “Pedagogia do oprimido”, Ed. Paz e Terra, Rio de Janeiro.
Habermas, Jürgen (1962), “Strukturwandel der Öffentlichtkeit, Neuwied, Frankfurt.
López Velasco, Sirio (1996/1997/2000), “Ética de la Liberación”, Ed. CEFIL, Campo Grande
(Vol. 1: 1996 y Vol. 2: 1997), y Ed. FURG, Rio Grande (Vol. 3: 2000).
López Velasco, Sirio (2003a), “Fundamentos lógico-lingüísticos da ética argumentativa”, Ed.
Nova Harmonia, São Leopoldo.
López Velasco, Sirio (2003b), “Ética para o século XXI: rumo ao ecomunitarismo”, Ed.
Unisinos, São Leopoldo.
López Velasco, Sirio (2007), “Alias Roberto. Diario ideológico de una generación”, Ed.
Batgráfica, Montevideo.
López Velasco, Sirio (2008), “Introdução á educação ambiental ecomunitarista”, Ed. FURG,
Rio Grande.
Viscardi, Ricardo (2008), ¡Valiente encuesta!, in http://ricardoviscardi.blogspot.com junio
De 2008.